miércoles, 15 de febrero de 2012

El pianista

Con qué facilidad hacía sonar ese cacharro, cada nota era un susurro, el desliz de sus dedos por las teclas me hacia estremecer hasta decir ¡basta! mis sentidos se agudizaron y la razón se desvaneció en aquel instante. Me poseyó su música. Un tipo peculiar, con el pelo esponjoso, de rizos negros. Tenía una barba de tres o cuatro días, y un arete en cada oreja del tamaño de un anillo. Sus ojos grandes y marrones, muy profundos, invitaban al deseo de noches eternas entre el jazz y sus manos para poder elevarme. Eran delicadas y con los nudillos algo puntiagudos, un hombre de mediana estatura, un cuerpo delgado perfectamente definido. LLevaba de esos pantalones vaqueros algo ajustados y zapatillas negras. Botaba levemente en su silla al ritmo, estaba más dentro de la música que la propia melodía que salía de esas cuerdas de piano. Necesitaba que encontrase mi mirada de algún modo. De vez en cuando levantaba la cabeza y parecía perderse entre la gente y a mí me hacía subir cada vez un peldaño más de la escalera al descaro.  El deseo me invadió de abajo arriba y me enjuagó los ojos de emoción. Me costó comprender ese sentimiento excéntrico que se estaba apoderando de mí aquella noche, y volviendo a acordarme de olvidar, toda mi vida quedó atrás y se hizo un después. Lo cierto es que no le conocía de nada, pero el día de los enamorados yo me enamoré de él.

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