miércoles, 13 de junio de 2012

largas noches

Las nueve y pico de la mañana. Sábanas de verano a cuadros azul y blanco y las paredes a juego. A su derecha una mesita con incienso, un portavelas, un coletero y sus pendientes, a su izquierda otra mesita con un libro de Gabriel García Márquez, "Cien años de soledad".
Envuelta aún como un gusano en su capullo se estremece perezosa. Le gusta la claridad veraniega que penetra en la habitación, y el ruido de los coches le molesta, pero le alegra...la calle está llena de gente.
Es un séptimo piso, desde la cama sólo puede ver un trozo de cielo entre la citronela y la albahaca de la ventana que tintinean nerviosas por la leve brisa de la mañana.
Está tranquila por que está despierta, cuando duerme sueña, sueña mucho...Sueña que no puede abrir los ojos, los abre unas décimas de segundo y tiene que volver a cerrarlos, la luz le quema. Entonces tiene que caminar a vista discontinua. Tiene ganas de salir corriendo, que todas las paredes desaparezcan, que los borrones de gente se esfumen, que la respiración vuelva a su ritmo habitual, que el corazón se calme. Correr, correr, correr!  y llegar a una playa desierta, sentir como cualquier daño de la sociedad queda atrás, va desapareciendo, y ver el mundo abierto, encontrarse de frente al mar y aliarse con él. Extender los brazos y soltar todo en un grito...Paz, relajar todos los músculos de su cuerpo y respirar, flotar, limpiar todo su interior con ese aire. Entonces ya podrá abrir los ojos y que no entre nada dañino,  la luz le fortalecerá, y sus cadenas con la inseguridad, el miedo, el dolor, se romperán. Será libre, será de serie, otra vez.

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